lunes, 24 de agosto de 2009

Camino del Cid


José Luis se levantó a las ocho, era su último domingo de vacaciones, se preparó un café y un sanwich, se puso sus zapatillas nuevas para andar por el monte, unas Salomon que se compró por 40 € en las rebajas. Por fin había decido hacer algo después de una semana en el pueblo cavilando.



No sabía a donde ir, empezó a andar atravesando las calles Raballa y Mayor por los callizos, buscando la sombra, pues el sol de la mañana pegaba fuerte. De pronto se encontró al lado del riachuelo, encima de la fuente de San Juan, entonces decidió ir al Cid por la calle Santa Barbara hasta el Calvario.



Todavía cantaban los gallos por los corrales del Barrio de la Costera. Quería estar solo, llevaba una semana en casa de su madre y su mujer ya no le aguantaba, estaba como ausente y en plan muy borde. Solo hacía pensar, darle vueltas al mismo tema buscando una solución y los días pasaban y al llegar septiembre sabía que todo se vendría abajo, ya no podía seguir.



El camino está asfaltado y sus Salomon nuevas le sientan como un guante, corre una suave brisa y después de mucho tiempo se siente feliz. Ahora saca su i-pod y escucha a Pat Metheny, se lo bajo antes de vacaciones pensado que sería perfecto para caminar. No quiere pensar en nada, solo el camino.



Mira el paisaje y le sorprende verlo como si fuera la primera vez, cuantas paredes de piedra seca al lado del camino, cuanto trabajo pasado para arañar a la montaña árida unos metros de tierra de cultivo, cuanta miseria, pero cuanta dignidad y cabezoneria por resistir.



Ya ve el pairón del Cid subiendo la cuesta y al llegar arriba y ver la ermita, se le encoge el corazón. José Luis no es creyente, bueno digamos que no se ha propuesto creer en una religión. En su vida nunca le ha pedido nada a Dios o algo parecido, no ha sido necesario, todo le ha salido bien. Bueno, hasta ahora que siente como se hunde el mundo.



Al llegar a la ermita recuerda cuando era pequeño de monaguillo en la procesión del Cid, como toda la gente del pueblo acudía a pasar el día y cada familia ocupaba su lugar para comer y ponían sus mantas en el suelo alrededor de la ermita de la Virgen. Sin pensarlo recitó un Ave María y toco la pared. Luego bajo a la fuente a comerse el sanwich.


No estaba cansado, miró la loma del Cid y la subió por la senda de la Cueva de los Moros, puso mucho cuidado en las piedras sueltas, pero sus Salomon no resbalaban, enseguida llego arriba.



José Luis va caminado por la loma hasta el puntal del Cid, aparecen los restos del poblado íbero, a su derecha el aljibe excavado en la roca, y a los lados los restos de la fortificación. Da un saldo y pasa a la roca del puntal, se asoma al vacío y abajo ve el Totem, la gran piedra clavada en el suelo. Siente vértigo... Quizá estoy aprendiendo a vivir... Piensa.

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