martes, 1 de enero de 2013

UNO DE ENERO



Lo reconozco, soy un tío de costumbres raras. El uno de enero siempre subo al pueblo, abro la casa del abuelo y enciendo la estufa con la leña que él colocó en el hueco de la escalera. Tendrían que pasar cien años para gastarla toda. Mi abuelo la puso cortada y arreglada, igual fue la última faena que hizo.

Llevo un termo con caldo, dos huevos, un poco de jamón y media botella de vino tinto que sobro de la cena de nochevieja y me pongo a comer en silencio sin pensar en nada.

Al atardecer voy caminando hasta el Cid. Camino deprisa al ir, voy por el puente viejo sintiendo el aire frío en la cara. Cuando llego, me siento en el banco de piedra que hay detrás de los porches del ermitorio y dejo que el sol de la tarde se muera en mi cara. Pero hace frío y vuelvo al pueblo caminando despacio por el puente nuevo, sin importarme que la noche me devore; el camino desaparece entre las paredes de piedra rojiza.

Mi mujer tiene razón, soy un viejo con muchas manías.






domingo, 15 de agosto de 2010

Portillos

No paro de levantar portillos
cuando termino uno, se abren muchos más.

No me salen las cuentas
me faltan horas, días, años...
No termino de levantar portillos en mi vida,
y la tierra se va,
se la lleva el agua de las tormentas
y los caminos se llenan de piedras.

Desaparecen con los años.

No paro de levantar portillos,
mis manos gastadas de subir piedras
aguantando la tierra.



sábado, 14 de agosto de 2010

Volver

El cielo estaba muy negro antes de subir el puerto de Ares, así que paré el coche y me lo pensé otra vez. La tormenta que venia de las montañas del Maestrazgo era muy fuerte y los rayos que caían me aconsejaban dar la vuelta. Me habría fumado un cigarro mientras lo pensaba, pero ya hacia muchos años que deje de fumar.

Abrí la guantera del coche y allí estaba la llave. Era una llave de forja grande y pesada, la llave de la casa del pueblo, la sospese, arranque el coche y subí el puerto. Voy a volver.

Aquella mañana mientras bebía una cerveza frente al mar lo pensé. Mi vida era prestada, vacaciones prestadas en la casa de Cinta en Cambrils. Vivía de prestado, de los amigos, esperando que escampara, a que la suerte me sonriera y me devolviera lo que me quitó. Pero la vida no es así, es otra cosa impredecible.

Al entrar al pueblo la tormenta ya había pasado y todo estaba reluciente recién lavado, el agua corriendo despacio por las calles llevándose los restos del granizo...

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