viernes, 4 de septiembre de 2009

La Cruz del Morrón



Son las dos y media de la madrugada, Pedro no puede dormir, está empapado de sudor, hace demasiado calor en Zaragoza y en el barrio de Las Fuentes es insoportable. Pedro es pintor, lleva un año muy malo con poca faena, pero este mes le ha salido trabajo para pintar cuatro pisos de estudiantes, cosa barata, solo para sacar el jornal.

Pedro va a la nevera y bebe un vaso de agua fresca, luego vuelve al dormitorio y le dice a Pilar que se va al pueblo, ella le pregunta qué se le ha perdido en el pueblo, Pedro le dice que va a pintar la cruz del Morrón. Pilar ya conoce la canción, este año se ha ido tres veces, no dice nada y piensa que tiene que comprar un aparato de aire acondicionado... pero pronto terminará el verano y aguantará un año mas.

La carretera de Alcañiz está vacía, ni si quiera se ha cruzado con algún camión o furgoneta de reparto, va rápido y casi sin darse cuenta se ha plantado al lado de la Estanca y del monumento a los Tambores que tiene a su izquierda. Pedro sigue recto hasta Calanda y el Mas de las Matas, hace calor en su furgoneta, el aire no le funciona bien.


La luna llena se esconde entre los pinos de la Balma y se refleja en el río valenciano que baja a la izquierda de la carretera y que se abre paso entre las rocas. En el cruce de Morella, decide ir por Forcall y Cinctorres, hace años que no pasaba por allí. Al subir el puerto de las Cabrillas, se asusta con las sombras que se mueven de los enormes molinos del parque eólico pegados a la carretera.


Pedro aparca su furgoneta al lado del Centro Social, en el cruce de Cantavieja. Coge un cubo grande de pintura plástica, una brocha gorda, el rodillo y la caña telescópica. Sigue por la calleja hasta el cementerio y la fuente de los piojos, la luz de la luna le ilumina el camino empinado, hay mucha piedra suelta y tropieza un par de veces, va muy cargado y está cansado pero el aire fresco de la madrugada le sienta bien...


Ya está debajo de la peña, junto a fuente que solo gotea un poco, y aprovecha para preparar la pintura, no sabe que color a cogido esta vez. Descansa mientras se fuma un cigarro y contempla los bancales llenos de portillos, recuerda el último verano que los segó su padre cuando el tenía diez años y subían con la burra. Luego se fueron a Zaragoza.


El último repecho entre las rocas y hasta que no subes a la loma no ves la cruz. Todavía es de noche, pero a lo lejos sobre el Cid, ya empieza a clarear... esa raya añil y rosácea del nuevo día. Abajo las luces del pueblo... hay un silencio y una calma total.


Ya ha terminado de pintar y se aparta un poco de la cruz de un color verde parduzco. Una suave y fría brisa le da en la cara y se acerca a la aliaga donde enrunó parte de las cenizas de su hermano. Contempla otra vez el paisaje, el pueblo... ya no le queda nada, los bancales se los vendieron a un cazador valenciano para entrar en el coto y la casica de su padre se vendió antes de morir su hermano.



Pedro va a almozar al Tropezón antes de que lleguen los obreros, el bar está vacío, pide un plato de conserva con unos huevos fritos, tiene hambre y se siente cansado, luego toma un café bien cargado y se va.

De vuelta a Zaragoza piensa que es la última vez que pinta la Cruz del Morrón.

A Pedro y Jerónimo.


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